miércoles, 4 de septiembre de 2013

¡Ay Papá, ay Mamá!


Lamentablemente solemos acordarnos de las cosas malas  y hacemos como que las cosas buenas no existieron o no fueron suficientes. Así sucede con distintas personas que cruzan nuestras vidas y sobre todo con nuestros propios padres.

Tendemos a exagerar las cosas malas vividas y esto nubla nuestra visión y nuestra memoria todavía más. Para un hijo o hija al parecer no es suficiente. Crecemos con una parte en nuestro corazón insatisfecha con lo mucho o lo poco que hicieron nuestros padres. 

Como adultos llegan a terapia y es muy lindo el ver como su rostro se transforma al hacérseles recordar cosas bonitas que hayan vivido con sus progenitores: juegos, Reyes magos o Santa Claus, cuidados y mimos, preocupación ante una enfermedad, cumpleaños felices, consuelo ante una caída, etc.

He recibido a personas que dicen no tener ni un solo recuerdo bonito con sus padres. Por lo regular suele ser una exageración y solo denota un fuerte bloqueo en el flujo de amor en sus corazones. Hay, sin embargo, casos reales en los que los padres cometieron fechorías (abuso, violencia física o verbal, etc) o les dieron poco y casi nula atención. Sin embargo no todo pudo haber sido tan terrible puesto que las personas están viviendo un aquí y ahora y tienen la oportunidad de escribir su propio capítulo en el libro de su historia familiar.

La cuestión es que uno decide si quiere escribir un capítulo lleno de rencor, tristeza y, por ende, estancamiento y pocas posibilidades de florecer o bien un capítulo feliz, de buenaventura, de superación y de sentirse plenos en la vida.

Es verdad que hay personas que vivieron una infancia tremendamente difícil.  Hay quienes dirán que nunca conocieron a su padre o madre pero esa no es razón para dejar de construir un presente dichoso. Mucho menos es una justificación para vivir una vida amargados. Y tal vez me pregunten ¿cómo podría alguien que no tuvo contacto con alguno de sus progenitores tomarlos y llevarlos en el corazón?

La respuesta es simple pero requiere de mucha humildad de tu parte y de madurez. Recordemos que somos victimas de victimas y que ellos no fueron como fueron con nosotros nada más porque así se les ocurrió. Si averiguamos acerca de su infancia veremos que ellos tampoco tuvieron una niñez fácil. Si sigues mirándolos con ojos de niño o niña de tu parte seguirás aferrado a vivir lamentándote y dañando tu vida y a los que te rodean. Sin embargo, si lo vez con madurez, lo comprendes y aceptas tal cual fue entonces podrás dar el siguiente paso que es el de agradecer la vida…  ¡ni más ni menos! ¿Qué mayor regalo podría alguien darte? ¡En verdad! ¡Piénsalo! ¡Ni siquiera una casa, ni coches ni millones de dólares!

Ese es el gran regalo que nos fue dado por alguna u otra razón. Estamos aquí y ahora y tenemos la maravillosa oportunidad de vivir y hacer de nuestras vidas lo que queramos y además, mejor aún, pasarla a otros. Es un paso gigante y vale la pena darlo.


Y para las personas que afortunadamente jamás sufrieron ninguna clase de vejaciones dense cuenta de lo afortunadas que fueron y que el empezar a hacer contacto con el amor de sus padres es lo mejor que pueden hacer en lugar de solamente acordarse de las cosas malas y que por ende exageramos. El caso es que es destino de los padres herir a los hijos por cualquier razón válida o no. Y eso solamente lo entenderás cuando tengas hijos y si ya los tienes ¿que puedo yo decirte que no sepas ya?

Si logras esa reconexión con el flujo de amor que de ellos viene a ti podrás prosperar en los demás aspectos de tu vida. ¿No es esa una razón suficientemente fuerte?

Arturo Sánchez Luna
Puebla, México
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