Lamentablemente solemos acordarnos de las cosas malas y hacemos como que las cosas buenas no
existieron o no fueron suficientes. Así sucede con distintas personas que
cruzan nuestras vidas y sobre todo con nuestros propios padres.
Tendemos a exagerar las cosas malas vividas y esto nubla
nuestra visión y nuestra memoria todavía más. Para un hijo o hija al parecer no
es suficiente. Crecemos con una parte en nuestro corazón insatisfecha con lo
mucho o lo poco que hicieron nuestros padres.
Como adultos llegan a terapia y es muy lindo el ver como su
rostro se transforma al hacérseles recordar cosas bonitas que hayan vivido con
sus progenitores: juegos, Reyes magos o Santa Claus, cuidados y mimos,
preocupación ante una enfermedad, cumpleaños felices, consuelo ante una caída,
etc.
He recibido a personas que dicen no tener ni un solo
recuerdo bonito con sus padres. Por lo regular suele ser una exageración y solo
denota un fuerte bloqueo en el flujo de amor en sus corazones. Hay, sin
embargo, casos reales en los que los padres cometieron fechorías (abuso,
violencia física o verbal, etc) o les dieron poco y casi nula atención. Sin
embargo no todo pudo haber sido tan terrible puesto que las personas están
viviendo un aquí y ahora y tienen la oportunidad de escribir su propio capítulo
en el libro de su historia familiar.
La cuestión es que uno decide si quiere escribir un capítulo
lleno de rencor, tristeza y, por ende, estancamiento y pocas posibilidades de
florecer o bien un capítulo feliz, de buenaventura, de superación y de sentirse
plenos en la vida.
Es verdad que hay personas que vivieron una infancia
tremendamente difícil. Hay quienes dirán
que nunca conocieron a su padre o madre pero esa no es razón para dejar de construir
un presente dichoso. Mucho menos es una justificación para vivir una vida
amargados. Y tal vez me pregunten ¿cómo podría alguien que no tuvo contacto con
alguno de sus progenitores tomarlos y llevarlos en el corazón?
La respuesta es simple pero requiere de mucha humildad de tu
parte y de madurez. Recordemos que somos victimas de victimas y que ellos no
fueron como fueron con nosotros nada más porque así se les ocurrió. Si averiguamos
acerca de su infancia veremos que ellos tampoco tuvieron una niñez fácil. Si
sigues mirándolos con ojos de niño o niña de tu parte seguirás aferrado a vivir
lamentándote y dañando tu vida y a los que te rodean. Sin embargo, si lo vez
con madurez, lo comprendes y aceptas tal cual fue entonces podrás dar el
siguiente paso que es el de agradecer la vida… ¡ni más ni menos! ¿Qué mayor regalo podría
alguien darte? ¡En verdad! ¡Piénsalo! ¡Ni siquiera una casa, ni coches ni
millones de dólares!
Ese es el gran regalo que nos fue dado por alguna u otra razón.
Estamos aquí y ahora y tenemos la maravillosa oportunidad de vivir y hacer de
nuestras vidas lo que queramos y además, mejor aún, pasarla a otros. Es un paso
gigante y vale la pena darlo.
Y para las personas que afortunadamente jamás sufrieron
ninguna clase de vejaciones dense cuenta de lo afortunadas que fueron y que el
empezar a hacer contacto con el amor de sus padres es lo mejor que pueden hacer
en lugar de solamente acordarse de las cosas malas y que por ende exageramos.
El caso es que es destino de los padres herir a los hijos por cualquier razón
válida o no. Y eso solamente lo entenderás cuando tengas hijos y si ya los
tienes ¿que puedo yo decirte que no sepas ya?
Si logras esa reconexión con el flujo de amor que de ellos viene a ti podrás prosperar en los demás aspectos de tu vida. ¿No es esa una razón suficientemente fuerte?
Arturo Sánchez Luna
Puebla, México
tel 2 21 08 08
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